El Santo Cristo de la Humildad y Paciencia de los agustinos de Santa María de Gracia de La Orotava.
- La Pasión Villera
- 7 abr 2020
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Actualizado: 8 abr 2020

El Salvador del Mundo fue destinado por el Altísimo
para enseñar prácticamente en su augusta persona la
sólida virtud del cristianismo, la humildad en las aflicciones,
y la paciencia en los dolores y amarguras [...].
Francisco Martínez de Fuentes (1818)
La escena cristológica que centra este texto representa el momento previo a la crucifixión, efigiando a Cristo en la cima de El Gólgota, sentado sobre una piedra y desprovisto de sus vestiduras, con la mano derecha en la mejilla y mostrando una actitud de meditación, situándose a su lado el santo madero. Este pasaje de la Pasión, que no figura recogido en las Sagradas Escrituras, surge en los Países Bajos, Francia y en la Alemania del Medievo, arribando al Nuevo Mundo de manos de la Compañía de Jesús. Este piadoso tema fue divulgado por la literatura mística debida a los franciscanos y, posteriormente, a los teólogos jesuitas, quienes afirmaban en sus escritos que Jesucristo, llegado el momento de su suplicio redentor en la cruz, reflexionó durante unos momentos sobre sus padecimientos que Él ofrecía al Padre Eterno por la redención del mundo. La referida literatura religiosa de carácter místico y ascético, así como algunos evangelios apócrifos, las leyendas piadosas y diversos tratados iconográficos sobre las sagradas imágenes, son también los responsables del surgimiento de algunos temas de la Pasión que tampoco recogen los evangelios canónicos, y que se relacionan con el de la Humildad y Paciencia de Cristo. Sirvan de muestra, entre otros temas que hemos analizado, la iconografía del Jesús de las Penas y Cristo del Perdón, así como otras escenas menos difundidas por la plástica, caso del Despedimiento o Despedida de Cristo y su Madre antes de la Pasión y Cristo recogiendo sus vestiduras tras la flagelación.
En cuanto a los precedentes iconográficos del paso de la Humildad y Paciencia de

Cristo, uno de los más antiguos se halla en las imágenes del dios romano Saturno, deidad protectora de la agricultura y la cosecha asociada a la vejez y a la muerte, que los artistas representan sedente y en actitud meditabunda. De esta manera lo efigió en 1514 el gran pintor y grabador del Renacimiento alemán Alberto Durero (Núremberg, 1471-1528) en su célebre grabado a buril denominado Melancolía I (239 x 189 mm.), tal vez, la creación más famosa de su producción gráfica . Se trata de una estampa monogramada que se relaciona con la teoría sobre el origen de los cuatro humores o temperamentos misteriosos (sangre, cólera, flema y humor melancólico), difundida por la escolástica desde el siglo XII como consecuencia del pecado original, y lámina considerada un autorretrato espiritual del inmortal grabador germano. La fuente escrituraria principal de la estampa dureriana, que ejerció un notable influjo en los artistas europeos durante siglos, se encuentran en la obra Libri de Vita Triplici (Florencia, 1489) del filósofo y humanista italiano Marsilio Ficino (1433-1499), relacionándose también la lámina con De occulta Philosophia, libro escrito por el médico y alquimista alemán Henricus Cornelius Agrippa von Nettesheim (Colonia, 1486-Grenoble, 1535), y publicado en 1531 tras haberse hallado su manuscrito en 1510, en el que Agrippa trata de la melancolía imaginativa.

Hemos de puntualizar que el dios Saturno fue objeto de un proceso de cristianización, como resultado de relacionar el profundo dolor padecido por el Hijo de Dios en su Pasión con el metal torturado (Cristo) en el crisol durante el proceso alquímico (la Pasión). Por esta razón, El Redentor del Género Humano fue representado en su Pasión cual dios Saturno, mostrando una expresión de tristeza y abatimiento, sentado sobre un peñasco o piedra –denominada Piedra Fría– y en actitud reflexiva. Así plasmó también Durero a Cristo en la estampa Varón de Dolores que ilustra la portada o frontispicio de la Pequeña Pasión (Núremberg: Hieronymus Höltzel, 1511), xilografía que muestra a Jesucristo llagado y con corona de espinas, sentado sobre una piedra y con la mano derecha en la mejilla reflexionando. En realidad se trata de un simulacro que –acompañado de textos del fraile Benedictus Chelidonius (Núremberg, ca. 1460-1521) en metros clásicos variados– nos presenta al Salvador tras su muerte redentora, pues en la estampa se aprecian claramente las huellas de la crucifixión (ostentatio vulnerum). Estos elementos iconográficos posibilitan que la creación dureriana sea interpretada en clave alegórica de la Pasión, al igual que acontece con el Cristo de los dominicos de La Laguna.

La imagen que hoy desfila por las calles orotavenses, cada noche del Miércoles Santo, ha sido atribuida al discípulo de Martín de Andújar Cantos (1602-1680), el garachiquense Blas García Ravelo (1614-1680), documentándose su hechura en 1649. El imaginero efigió al Redentor sentado sobre un peñasco, desnudo –tan solo provisto del paño de pureza– y coronado de espinas. Su mano derecha se sitúa en la mejilla, mientras que su brazo izquierdo descansa sobre las piernas. Su rostro expresa cierto grado de patetismo, sin estridencias, al que contribuyen algunos recursos de carácter efectista, como la boca entreabierta, que parece dejar escapar un lamento, sus ojos que lanzan una mirada de dolor y los hilillos de sangre que surcan el rostro, y que manan de las heridas producidas por la corona de espinas. Al dramatismo que transmite la efigie contribuye en gran medida la policromía que se le ha aplicado, la cual recrea con verosimilitud, especialmente en los regueros de sangre de su lacerada espalda, hombros, codos y rodillas, las excoriaciones epidérmicas y contusiones de los múltiples latigazos y golpes propinados por la vil y embrutecida soldadesca, así como las huellas del gran peso del madero y de las caídas sufridas por el Hijo de Dios en su camino hacia El Gólgota. El cabello ha sido resuelto a base de finas acanaladuras ondulantes y paralelas que parten de la raya central, mientras que la barba es bífida, exhibiendo una minuciosa labor –a base de pequeños rizos– en el tratamiento de la masa capilar.
Con respecto al origen del sagrado simulacro y de la Virgen de los Dolores que lo acompaña, se ha documentado que las imágenes llegaron al cenobio agustino de la Virgen de Gracia merced a la generosidad del noble caballero Nicolás Ventura de Valcárcel y Lugo (+1676), Regidor Perpetuo del Cabildo tinerfeño. Esta destacada figura hizo constar en su testamento, fechado el 18 de marzo de 1676, que él junto a su esposa María Prieto del Hoyo habían mandado tallar las efigies de Jesucristo puesto a la Humildad y Paciencia y de María Santísima Nuestra Señora y del glorioso San Juan Evangelista, escultura ésta última que lamentablemente no se ha conservado. Asimismo, los donantes encomendaron su culto a la Cofradía de la Cinta de San Agustín, confraternidad de la que el donante era Hermano Mayor.

El Cristo villero se inserta en la importante serie de esculturas de igual iconografía conservada en diversos templos insulares, serie iconográfica que permite evidenciar la gran receptividad de la que gozó la devoción profesada hacia este misterio de la Pasión entre la sociedad tinerfeña del comedio y segunda mitad del Seiscientos, momento en que fueron tallados los ejemplares venerados en varios municipios del norte de Tenerife. Éste es el caso de las tallas localizadas en Garachico, que inicia la serie y obra de García Ravelo y Alonso de la Raya; Icod de los Vinos, Puerto de la Cruz, Los Silos, San Cristóbal de La Laguna y el desaparecido ejemplar de La Concepción de Realejo Bajo –transformado en Ecce Homo en el siglo XVIII-, cuyas hechuras se adjudican a la gubia de Francisco Alonso de la Raya (1619-1690), pues todas comparten buena parte de los grafismos con la obra documentada del escultor de La Gomera. A estos ejemplares hemos de añadir otras piezas de menor entidad, algunas de ellas muestra de la escultura popular, que siguen la misma iconografía -veneradas en Vilaflor de Chasna, Adeje y en las Islas de El Hierro y La Palma-, caracterizadas por una cierta rudeza o tosquedad en la labra de sus anatomías, y que por el momento permanecen en el anonimato. A las citadas piezas hemos de añadir la que en 2011 dimos a conocer, simulacro que perteneció a la poderosa Cofradía de la Santa Vera Cruz y Misericordia del cenobio franciscano de la Villa y Puerto de Garachico, la cual aparece citada junto a un Calvario y un Ecce Homo en un inventario del siglo XVII que recoge sus bienes.

José Cesáreo López Plasencia
Lcdo. en Filología (ULL). Historiador del Arte

Fig. 1: Blas García Ravelo, Cristo de la Humildad y Paciencia (1649). Iglesia de San Agustín, Villa de La Orotava [Hermandad Humildad y Paciencia, La Orotava].
Fig. 2: Francisco Alonso de la Raya, Cristo de la Humildad y Paciencia (ca. 1645). Parroquia de Ntra. Sra. de la Luz, Villa de Los Silos [M.V. López Plasencia].
Fig. 3: Francisco Alonso de la Raya, Cristo de la Humildad y Paciencia (ca. 1643). Parroquia de San Marcos Evangelista, Icod de los Vinos [M.V. López Plasencia].
Fig. 4: Francisco Alonso de la Raya y Blas García Ravelo. Cristo de la Humildad y Paciencia (1642). Iglesia de Ntra. Sra. de los Ángeles, Garachico [Luma Restauración].
Fig. 5: Francisco Alonso de la Raya, Cristo de la Humildad y Paciencia (ca. 1647). Iglesia de San Francisco de Asís, Puerto de la Cruz [Archivo JCLP].
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