Viernes de Dolores, vivencias y recuerdos de antaño.
- La Pasión Villera
- 3 abr 2020
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Hoy celebramos en la Villa el día grande de la Virgen de los Dolores, y no puede salir de su Casa de San Agustín, para acompañarnos y anunciarnos que su hijo Jesucristo entrará pronto en Jerusalén a lomos de una borriquita y que dará su vida por nosotros, donde nos enseña que siempre nos acompañará, que nunca deja a ningún hijo sin su auxilio.
Nadie hubiera pensado que, después de casi 70 años saliendo y caminando junto a nosotros, hoy y por motivos que no son meteorológicos (porque aun así, podíamos estar arropados por su presencia) no pudiéramos acompañarla físicamente en esta transcendental semana. Tuvo que llegar un algo que no se ve, para paralizarnos y recluirnos en casa, a meditar, a reflexionar y enseñarnos que tenemos que "estar preparados porque no se sabe ni el día ni la hora en las que se nos llamará."
En la memoria de muchas hermanas aún perdura el recuerdo de su primera salida. Cómo una mujer, Dª Antonia, valiente para su tiempo, tomó las riendas, creó la hermandad reuniendo a sus familiares, amigas, medianeras, empleadas, etcétera y se atrevió a sacarla a la Plaza de la Alameda o, popularmente, la Plaza del Quiosco y, rodeada de mujeres, expresar que la Virgen nunca estaría sola.
En el tiempo de espera hasta el Viernes de Dolores, se plantaban en los campos las
orejas de burro para que estuvieran listas y primorosas para adornar su altar. Hablamos de unos años duros y no hacía falta traer flores de fuera para que su altar apareciera deslumbrante. Y así, año tras año y generación tras generación, los hijos que acompañaban a sus madres, en cuanto podían, querían llevar una vela en sus manos para también ellos alumbrarle el camino. En ese momento, no se preguntaba si querías o no querías ir, porque el culto religioso a cualquier imagen se daba por hecho y nunca te ibas a dormir sin rezar junto a tus padres o abuelos.

Recuerdo que a mí, me lo inculcó mi tía Francisca. Una tarde me dijo: "María Lourdes, este Viernes vas a hacerte hermana de la Virgen de los Dolores y tendrás que caminar junto a Ella. Tú le alumbrarás su camino una vez al año, pero Ella alumbrará el tuyo toda tu vida y no caminarás sola". No está en mi memoria que aquellas palabras me alegraran mucho, pero sí la sensación de acompañamiento y devoción que sentí cuando vi a todas las mujeres que estaban ese día allí, el cariño con el que me hablaron, cómo escribí mis iniciales, con un bolígrafo, en la cinta violeta de donde colgaba la medalla para saber que esa era la mía, medalla que con tanto cariño y sacrificio me había comprado mi tía unos días antes.
También los nervios cuando me la impusieron por la responsabilidad que se me exigía.
Resuenan en mí las palabras de mi tía en la puerta de la iglesia antes de salir: "María Lourdes, la vela tiesa, cuidado con la hermana de delante, levanta la cabeza y no dejes de mirar a la Virgen y lo triste que va. Pórtate bien y no la cargues con más tristezas por tu comportamiento". Como verán, mi tía era de carácter fuerte y temperamental, pero con un corazón de oro que, desgraciadamente y como siempre, descubres cuando te falta. El deber que se me imponía en ese momento me pareció duro de sobrellevar, pero ni rechisté.

Y luego, después de la misa, la salida a la plaza con aquel silencio sobrecogedor cuando comenzaba la banda de música a tocar sus marchas desde el Quiosco, el característico olor del incienso, el profundo respeto que se sentía en el ambiente y todo el resplandor de velas que rodeaba la plaza, casi como un cordón a punto de cerrarse.
Al llegar con la Dolorosa a la Iglesia, la Salve y, de nuevo, otra recomendación de mi tía: "Toca la cuelga, dale las gracias por estar contigo y pídele salud para poder acompañarla otro año y, cuando yo no esté, trae a tus hijos. ¡Vámonos rapidito que tenemos que hacer la cola en los taxis para volver a casa!". En aquella época había pocos taxis y, en cualquier evento, se hacía unas grandes colas, porque pocos eran los privilegiados que tenían coche. Por eso nos perdíamos el brindis que, generosamente, preparaba Dª Antonia cada año en la sacristía, para todas aquellas hermanas y cargadores que habían participado. Era un brindis sencillo: dulcitos de la Cruz Santa y un vino dulce para combatir el frío de la noche. Porque esa es otra característica de la noche del Viernes de Dolores, el duro frío de la plaza y la lentitud del trono. Este año nos habría encantado recuperar esa vieja costumbre del brindis que se perdió con el tiempo.

Y así pasaron mis años en la hermandad, hasta que, después de 42 años acompañándola y hace ya cuatro, se me propone ser la Hermana Mayor. ¡Qué mezcla de sentimientos!, ¡qué honor!, ¡cuánta responsabilidad!, ¡gracias tía Francisca!, cuántos recuerdos de aquellos

primeros años que algunas veces se me hacían pesados. Cuando salí con el báculo, al abrirse la puerta de la iglesia, volvieron a resonar en mí aquellas palabras: "la vela tiesa y mira a la Virgen".
Y hoy no puedo estar con ella físicamente compartiendo su dolor, pero sí lo haré espiritualmente y, junto a mí, estoy segura, todos los miembros de la Hermandad y resto de personas que acuden a verla a San Agustín cada año. Seguiré acompañándola y manteniendo la mirada sobre Ella.
Me fio y me dejo guiar por lo que Nuestro Padre haya designado para nosotros hoy y en lo que me quede de vida. Nunca antes había tenido más sentido la frase: "Hágase tu voluntad". Aquí estamos todos tus hijos, pidiéndote y rogándote auxilio.
Este año seguro tenemos una oración para Ella más sentida, puesto que nos acompaña el silencio, porque el bullicio siempre despista y, en estos últimos años, nos hemos dejado llevar más por el "estar", que por el "ser" de cada uno.
Con Su ayuda, y de Su mano, saldremos adelante. Aprovechemos este parón para aprender a vivir. Vivir lo más sencillamente posible, haciendo el bien, porque el bien volverá con creces, siguiendo con los mismos sentimientos de proximidad y colaboración que se han creado en tan poco tiempo y que duren para siempre.

*Lourdes Hernández León.*
*Fotografías Pasión Villera*
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