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El cordobés Varón de Dolores de San Juan

  • Foto del escritor: La Pasión Villera
    La Pasión Villera
  • 28 mar 2020
  • 3 Min. de lectura

Una de las imágenes más actuales de nuestra Semana Santa. Abre con su procesión los cortejos de la Semana Santa.

La imagen del Cristo de la Salud de la parroquia de San Juan de la Villa de La Orotava es heredera de una larga tradición figurativa que se fraguó en los años de madurez que tuvo el Renacimiento italiano, de modo que esculturas de ese tiempo próximas a esta, entre ellas el bellísimo Cristo que Miguel Ángel Buonaroti labró en mármol blanco para la iglesia de Santa María sopra Minerva de Roma (el llamado Cristo de la Minerva), serían el origen de una saga de obras que, forzando los paralelismos, hunde su modelo en los siglos menos oscuros de la Alta Edad Media europea.


Esta iconografía llegó a Canarias durante la década de 1660 por medio de la imagen del

El Cristo en su salida procesional

archiconocido Cristo de Tacoronte, que se convirtió de inmediato en titular de un convento de frailes agustinos no construido aún para él. El relieve alto de un retablo en la parroquia de la Peña de Francia del Puerto de la Cruz, una pequeña talla en Pájara (Fuerteventura) y el Cristo de Arona son sus mejores representaciones en clave local.


La última, el Cristo de Arona, es crucial para entender esta imagen de San Juan que nos ocupa. Sobre ella se ha escrito mucho y muy variado, pero, hasta donde sabemos documentalmente, nada de lo argumentado tiene un respaldo sólido. Lo único cierto es que esa escultura llegó allí en los primeros años del siglo XIX, antes de 1809, por medio de un sacerdote que tuvo vinculación familiar y profesional con La Orotava. Se supone, y repetimos no se ha probado, que la efigie recibió culto antes en un templo de nuestra localidad hasta esa fecha junto a una Dolorosa que también se conserva en la parroquia de Arona y puede tener el mismo origen. La tradición oral, que ya recogió Hernández Perera en la década de 1950, señala que la imagen estuvo por último en la capilla del segundo hospital de la Trinidad en El llano, actual asilo de Ancianos en el Llano de San Sebastián.

Rostro del Señor de la Salud

Sea cierta o no, lo importante es que esa tradición incitó el encargo de la obra que nos ocupa durante la década de 1990. Su llegada a La Orotava fue una realidad en 1998, gracias al patrocinio de la familia Machado Álvarez, y especialmente de don Ventura Machado Melián, recordado bienhechor de esta parroquia y fundador de la hermandad del Santo Entierro, y de su hijo Ventura Machado.


El Cristo de la Salud de Arona. Alcalde Honorario y Perpetuo del municipio y protector del mismo.

El encargo formulado por Ventura tuvo un buen destinatario. El autor de esta obra es el cordobés Francisco Romero Zafra, uno de los imagineros que he ganado mayor prestigio con su arte durante los últimos años. Cuando recibió la encomienda no era tan conocido y esta pieza de La Orotava, uno de sus mayores trabajos y primeros éxitos como él mismo reconoce, le dio la oportunidad de empezar a tener fama fuera de Andalucía. De hecho, el mismo autor ha venido a la isla (y a esta parroquia en concreto) para conocer su emplazamiento final. Para nosotros es también la primera obra suya llegada a Canarias, pues luego le han seguido la Virgen de las Aguas de Güímar (2006), el Cristo Resucitado de Icod (2014) y la Virgen de las Angustias de Icod también (2016), la última costeada por el profesor Martínez de la Peña.


No vamos a extendernos en su descripción, pero sí conviene advertir que es una obra atractiva por sus cualidades formales. El conjunto peca quizá de exceso de peso y tamaño para nuestra tradición local, aunque no por ello pierde valor. Todo lo contrario. Se convierte en una muestra atractiva de la imaginería moderna, basada en el modelado en barro, el sacado de puntos, el simple devastado de la madera y las posteriores policromías de carácter hiperrealista. Perdiendo algo de unción sagrada, estas imágenes modernas son además un canto loable a las buenas anatomías y al detalle extremo, creando, tal vez, una apariencia más formal que sustancial. Por eso mismo atrapa tanto esta bella efigie de Cristo, al mismo tiempo idealizada y teórica, que sirve para recrearnos en los detalles del peñasco sobre el que se asienta, en la simulación del mal bajo fórmula de otro tiempo, en el detallismo del paño de pureza con plegado menudo y cordel, y, sobre todo, en el rostro de bellas formas y mirada alentadora, en relación con el tema que evoca.



*Redacción cedida por Lhorsa. Gabinete de Historia del Arte.2018*

*Fotografías Pasión Villera*

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