Jueves Santo de la Vera Cruz y Misericordia. Origen y esencia de la Semana Santa villera.
- La Pasión Villera
- 9 abr 2020
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Cuando en la actualidad contemplamos la amplitud y riqueza de la Semana Santa de la Villa de La Orotava, visualizamos el devenir, el fruto y la consecuencia de la Fe unida a la Cultura de los pueblos. El hecho religioso fundido en la esencia de la sociedad del ayer y del hoy como un canal del agua que nace del manantial de La Verdad.
Todo estudio de la piedad popular de la Semana Mayor debe tener en cuenta esta condición de «Evangelio inculturado»[1], motivo por el cual el análisis debe partir de la consideración de vigencia y vitalismo propio del hecho en sí, desde su surgimiento hasta el momento actual. «Cada porción del Pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio, da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes […] Aquí toma importancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios. Se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal»[2], afirma, al respecto, el Papa Francisco en Evangelii Gaudium.
Es a partir de esa concepción desde donde comprendemos, de manera más certera, las manifestaciones vinculadas a la Semana Santa, convertidas en auténticos referentes del devenir histórico de nuestros pueblos y ciudades. Desde esa esencia de Fe hecha cultura, en un contexto determinado, podemos avanzar hacia el ámbito de la investigación histórica que complemente la correcta visión del hecho total. En resumen, ir al origen como medio para mejor asumir la realidad que analizamos.
Siguiendo esta estructura, entender la Semana Santa de La Orotava debe hacernos ir al origen de lo que hoy contemplamos, un primer momento que, en el caso que nos ocupa, es indiscutiblemente claro y que radica en los cultos que la Cofradía de la Santa Vera Cruz y Misericordia celebraba en torno a su titular el Jueves Santo. La existencia de esta confraternidad penitencial se remonta a mediados del siglo XVI, existiendo documentación que nos hace presuponer que ya contaba con algún tipo de estructura y actividad con anterioridad a 1555, pese a que sus reglas fueron aprobadas en junio de 1560. El impulso de estas cofradías de Misericordia vinculadas a la devoción a la Santa Vera Cruz en España se produce tras la concesión de una Bula del Papa Paulo III el 7 de enero de 1536 donde se conceden importantes indulgencias y privilegios a estas corporaciones por la realización de diversas obras de misericordia y la práctica rigurosa de penitencias, ello condujo al surgimiento y potenciación de las mismas por todo el territorio hispano.

En los estatutos de 1560, como bien recoge el investigador Rodríguez Morales, se establece la obligación de los hermanos de la cofradía de la Vera Cruz y Misericordia de salir penitencialmente en la noche del Jueves Santo «en procesión y disciplina, reconciliándose ante todas cosas unos con otros y perdonándose cualesquier injurias que los unos hayan recibido de los otros, porque Dios nuestro Señor más sea servido, y los pasos y disciplina de aquella santa noche sean a Su Majestad aceptos, la qual disciplina y procesión ha de ser en memoria de la Pasión de nuestro Salvador Jesucristo. Y los cofrades que no tomaren la dicha disciplina por no poder o no tener fuerzas para ello, estos tales cumplirán con aceptar los cargos que por el administrador o mayordomo de esta santa cofradía les fuere dado»[3]. Con todo, la documentación reafirma que la primera procesión de Semana Santa como tal en La Orotava es la desarrollada por la Vera Cruz y Misericordia, como mínimo desde 1560, una salida penitencial a la usanza de las costumbres quinientistas de otros puntos de la geografía hispana, contando con hermanos de sangre que ofrecían sus mortificaciones corporales como penitentes durante la salida a la calle de la confraternidad.
Desde el año 1585 los cultos tendrían lugar con la imagen que actualmente venera la cofradía como titular, celebrando procesión el Jueves Santo de manera ininterrumpida hasta nuestros días. A la talla realizada por el escultor Rui Díaz de Argumedo por explícito y supervisado encargo de los priostes de la cofradía en 1585, policromada por Juan de Arfián, se sumaron con posterioridad las imágenes de Nuestra Señora de los Dolores y de San Juan evangelista, ya documentados en la primera mitad del siglo XVII.
Desde este punto de partida se comienza a gestar la Semana Santa villera, teniendo en cuenta que la imagen del Santísimo Cristo de la Misericordia fue la única obra de entidad que concentró la devoción de las gentes de La Orotava hasta entrado el siglo XVII, cuando comienzan a incorporarse algunas novedades muy significativas que terminarán por definir la estructura básica de la Semana Mayor, algunas de ellas vinculadas a las principales órdenes religiosas asentadas en el lugar[4]. Franciscanos y dominicos jugaron un papel básico en estas cuestiones con el desarrollo de relevantes cultos a las recién llegadas imágenes del Señor Yacente y Nuestra Señora de la Soledad al Convento de San Lorenzo o del Cristo Nazareno al Convento de San Benito Abad.

Cabe destacar que en ningún momento la procesión del Crucificado ha variado de jornada, signo del arraigo con el que contó siempre, modificándose tan sólo su horario de salida, horas arriba, horas abajo, siempre en la tarde-noche del Jueves Santo. No podemos olvidar las prescripciones que el Obispo Suárez de Figueroa estableció con algunas salidas procesionales en relación a la excesiva nocturnidad de las procesiones que consideró improcedentes y tendentes a actitudes poco cristianas. Un ejemplo de ello fueron las indicaciones tajantes que envía a la Cofradía de la Sangre de La Laguna y que llevó a diversos conflictos entre el prelado y los priostes de la confraternidad[5].
El cortejo procesional de la Vera Cruz estaba conformado por el Calvario: el

Crucificado, la Virgen de los Dolores y San Juan Evangelista, estas últimas vestideras. Destacable son también las intervenciones de conservación que durante los siglos se desarrollaron sobre la imagen del Santísimo Cristo, documentadas todas ellas y donde aparecen personas tan relevantes para la Historia del Arte en Canarias como Blas García Ravelo, entre otros.
En los últimos años del siglo XVIII se llevaron a cabo diversos cambios de gusto en el cortejo, en concreto con las imágenes de la Virgen y del Discípulo Amado, encargándose dos nuevas tallas más acordes con la estética del momento en el taller del escultor grancanario José Luján Pérez. La imagen de la Santísima Virgen, de candelero, y la de San Juan Evangelista, de talla completa, procesionan ya junto al Santísimo Cristo de la Misericordia en la primera década del siglo XIX y son las imágenes que conforman el cortejo en la actualidad. A ellas se sumó, ya avanzado el siglo XX, la imagen de Santa María Magdalena que procesiona en el Domingo de Ramos junto al Señor Predicador, esta escultura es obra también del imaginero Luján Pérez.

En cuanto a la relevancia de la procesión del Jueves Santo la documentación nos refiere no sólo la suntuosidad de los cultos y la participación masiva de fieles en los primeros siglos, sino que además nos desglosa una serie de gastos que hablan de la dignificación constante de las celebraciones de este día, convirtiéndolas en centrales para la Villa. Los descargos en cera, en elementos de ornamentación, textiles y música fueron constantes a lo largo de los siglos. En relación a los tronos procesionales contamos con algunos testimonios fotográficos y documentales que nos hacen conocer los existentes, al menos, desde mediados del siglo XVIII hasta la primera década del 1900, unas construcciones en madera dorada y policromada de gusto barroco, con la típica estructura retablística de la época que enlaza interpretaciones de estípites con rígidos salomónicos sostenidos e intercalados por borlas lignarias, elementos recurridos en los retablos dieciochescos canarios y que son perceptibles en los reductos que quedan en nuestra Semana Santa, como es el trono del Santísimo Cristo del Perdón y Nuestra Señora de Gracia, por ejemplo.
Será ya en los primeros años del siglo XX cuando se encarguen los nuevos pasos procesionales neogóticos a la Fábrica Meneses de Madrid, que conformaron la

estética actual del cortejo del Jueves Santo. Ello nos indica que la visión actual de la procesión del Mandato se encuentra prácticamente intacta desde hace más de un siglo, algo en lo que las diferentes Juntas de Gobierno han coincidido con acertado criterio, no modificando los pasos sino simplemente dignificando y restaurando los existentes.
En cuanto a la vestimenta de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores indicar que no sólo ha sido permanente desde su llegada a la parroquia, sino que supuso un hito en el atavío de los dolorosas del momento y que contribuyó al afianzamiento en el luto de las dolorosas del municipio. La disposición de los antiguos mantos y trajes responden siempre a la misma estética basada en las fotografías que conservan con singular cariño los

descendientes de la familia Monteverde. En la actualidad doña María Teresa Cólogan continúa esta centenaria tradición familiar, siendo la vigente camarera de la venerada imagen, situación que ha hecho mantener la misma visión del atavío de Nuestra Señora. En el ornato de la Santísima Virgen destaca la única pieza de joyería que porta: un pectoral cruciforme de brillantes y amatistas engarzadas en plata, no sólo relevante por su composición material, sino por su significación histórica al ser la cruz pectoral de Monseñor Folgueras de Sión, primer Obispo de Tenerife. El solio de plata, restaurado en 2016, se remonta al siglo XVIII, como ocurre con el solio de San Juan Evangelista, siendo el de Santa María Magdalena posterior.

La procesión del Mandato es la denominación que comienza a recibir desde mediados del siglo XX, denominación potenciada por el clero y que tiene la intención de vincular esta manifestación de Fe con los cultos propios del Jueves Santo. La liturgia de la jornada pregona el Mandamiento del Amor «Amaos los unos a los otros como yo os he amado»[6] y la medida del amor es la Cruz del Gólgota, o dicho de otra manera, es la catequesis visual de hasta dónde llega el amor Dios, un amor sin medidas. De esta manera, esta denominación suma a la procesión una visión teológica que, sin dejar de ser popular, crea una bella dialéctica con la liturgia de la Cena del Señor, algo que sin duda enriquece la contemplación del cortejo procesional y llena de poesía y semántica lo que per se ya era una realidad parlante a los ojos del Pueblo.

Sin lugar a dudas, el origen y la esencia de la Semana Santa de la Villa de La Orotava está en lo que supuso de pionero la conformación de la primera procesión penitencial de nuestro pueblo, algo que debe ser cada día más valorado y reconocido, ya que constituye la base del ADN cofrade orotavense. Cada vez que el Santísimo Cristo de la Misericordia sale a la calle el Jueves Santo se actualiza la historia de Fe que comenzara en el siglo XVI y que habla de la permanencia en Cristo de los villeros.

Venerable Cofradía de la Santa Vera Cruz y Misericordia.
BIBLIOGRAFÍA.
ALLOZA MORENO, Manuel Ángel y RODRÍGUEZ MESA, Manuel. Misericordia de la Vera Cruz en el Beneficio de Taoro desde el siglo XVI. Cofradía de la Santa Vera Cruz y Misericordia. La Orotava. 1984.
LORENZO LIMA, Juan Alejandro. Dolorosa del Santo Entierro. Historia de una devoción en La Orotava. Excmo. Ayuntamiento de la Villa de La Orotava. Hermandad del Santo Entierro, Parroquia de San Juan Bautista. La Orotava. 2016.
RODRÍGUEZ MORALES, Carlos. Las primeras procesiones y cofradías de Semana Santa en Canarias, [Consumatum est]. Instituto de Estudios Canarios. La Laguna. 2007.
SANTANA RODRÍGUEZ, Lorenzo. La escultura en Tenerife durante el siglo XVI. Coloquios de Historia Canario Americana. Casa de Colón-Cabildo Insular de Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria 2000.
Archivo Parroquia de la Concepción de La Orotava.
Archivo de la Cofradía de la Santa Vera Cruz y Misericordia de La Orotava.
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